domingo, 13 de marzo de 2011

cuento de luna (fuera de concurso)

O fue Micaela


El hecho es que en una semana hizo el trabajo. Apenas me la entregó Anita, la traje a la casa, la hice entrar al cuarto y la puse en mi lado de la cama. La miré toda ella tan matrona con su faldón que huele a papa y a coca, con sus trenzas peruanitas y el niñito enchumbado en sus brazos, y le dije:

- ¡A ver mamacita: yo sé que usted tiene poderes, porque si acunó a la Ana cuando ella desfallecía acunando a su hijo, pues entonces despierte a mi luna y se puede quedar viviendo en esta parte de la casa!

La dejé ahí, bajo condición… ¡Y mi luna llegó hoy, con el rugido del viento de las seis de la tarde, en creciente y rojita rojita! ¡Después de un año y tres meses de ausente, justo un mes antes de cumplir los treinta y seis! ¡Ayóóóóóóóóóóóó!

Hace un año a mediados de abril fue mi última quimioterapia. Me sentía como una sexagenaria: además de las afecciones del cuerpo “etérico” (¿Alguien salió invicto de mis tor-pedos?), lo que más me dolía eran los huesos. Y el ruido que hacía el dolor me hizo tomar conciencia de mis vértebras. Mantenerme erguida era un duelo entre mi columna y la gravedad, entre mi columna y el viento. Mis rodillas, mis pantorrillas y hasta el peroné (¿alguien sabe dónde queda el peroné?) al doblarlos me crujían. Y de repente toda esa estructura desencajada era sacudida por un fogonazo que subía hasta la coronilla con toda la fuerza de la kundalini: ¡Me sentía como la mismísima madre tierra sudando a mares con el acelere del efecto invernadero! ¡Claro! ¡La madrecita está menopáusica!... Y yo también…

Así que visité a una ginecóloga de mi E.P.S. Miró mis exámenes y me confirmó mis sospechas. Luego me advirtió:

- La mayoría de las mujeres que se someten a la quimioterapia quedan menopáusicas, así que es mejor que tome calcio y una terapia de reemplazo hormonal.

Y me explicó de qué se trataba, advirtiéndome también de la posibilidad de adquirir así una gastritis y un cáncer de seno o de útero. Le pregunté qué pasaría de no tomarla. Me respondió con dejo de sabedora:

- En un año estará demasiado viejita, con osteoporosis, resequedad de la piel en general y de la vagina en particular, lo cual la hará más propensa a infecciones y además quedará sin apetito sexual.

¡Qué horror! ¡Frágil, famélica y frígida! ¡No pude encontrar un oráculo peor! Salí corriendo de ahí. De algo estaba segura: no me arriesgaría a exacerbar mi fuego digestivo ni a tener un nuevo cáncer. “Está bien, me mandaron a hacer el postgrado sin haber hecho el pregrado, pues qué le vamos a hacer. ¡Bienvenida a la estación de la Sabia!”.

Y sin embargo, seguí investigando. Me fui donde mi ángel bioenergético:

- ¿…Que pa los huesos? Comé todo lo que tenga color y parezca de hueso: avena, semillas de girasol y de ajonjolí, almendras y nueces…Volvete vegetariana y granívora. Empezá otra vez a trotar. Levanta pesitas… Y bendecí el sol.
Y mientras, íbamos activando la memoria de mi médula ósea con la osteopatía.

Luego fui donde otro ginecólogo, esta vez hombre y holístico. Y empezamos a activar la memoria de mis ovarios con terapia neural.

- No te sigás tomando el purinethol ni el matatrexate, me sugirió (dos fármacos para matar las células, tanto las malas como las buenas).

“¿Y qué pasa si las suspendo?”, me preguntaba yo, pues cada vez que reclamaba a mi oncólogo que no me bombardeara con eso, me advertía:

- Si usted piensa en no tomárselas, recuerde no más el estado en que llegó aquí.

Y sin embargo, de seguir recibiéndolas, debía asumir el riesgo de desarrollar cualquier otro tipo de cáncer. ¿Y cómo quitarme ese barullo de mis pensamientos? Así que tenía dos opciones: me las tomaba con el decreto claro en mi mente de que el fármaco iría sólo a la parte de mi cuerpo que debía ir. O no me las tomaba, con la convicción en mi corazón de que el elemental de mi cuerpo recuperaría su memoria primigenia. Y opté por no entregarle mi poder a nadie y dejar de tenerle miedo al miedo. Las suspendí. Quizás de no haberlo hecho mis ovarios no habrían vuelto a saludarme hoy para avisarme que mi luna y la de Yami se habían sincronizado otra vez. Y lo hicieron con las mismas punzaditas que hace 24 años, cuando teníamos 11 y me dije: “¡Quiero que a Yami también le llegue Pacho para vivirlo juntas!”- Y a la semana celebramos su luna también. “Yami… otra vez me llegó primero a mí”.

Así que no sé si fue Micaela…Porque también pudo haber sido el rezo de Yami todas las veces que durante este año ha sembrado su luna. O el preparado de aceite de geranio que me hizo la bruja Buva. O las palabras sabias de Claudia mientras estimulaba mis órganos de agua y el canal de mi bazo. O los temascales. O el haber trasplantado a la tierra el tulipán al que ofrendo mi sangre. O los masajes de Puka en mis pies…. O toda esta mandala lunar que ha revivido la madera de mis huesos, avivado mi fuego y mis aguas más profundas.

El hecho es que Micaela ya se quedó a vivir en esta parte de la casa, en mi lado de la cama, por lo menos hasta que yo de verdad entre en la morada de la Sabia.


Por Liliana Hurtado Scarpetta
miembra del grupo Killawasi.